"La semilla del voluntariado yacía en mi interior desde hacía tiempo, no sabía por qué pero durante meses iba creciendo en mí la necesidad de hacer algo por los que más lo necesitan. Cuando conocimos a las Misioneras de Cristo Jesús, sentí algo especial, una corazonada que me decía que eran ellas y su gran labor diaria por los demás, la causa a la que quería dedicar mi tiempo.
“Iremos allí dónde nos necesiten” dijimos. Y así fue. Dadouar, El Chad, un pequeño pueblo en el corazón de África que se convirtió en nuestra casa durante 2 meses. ¿El Chad?¿Y dónde está eso?¿Qué vais a hacer allí?¿No será peligroso? Nadie podía imaginar nuestras respuestas a la vuelta de aquella inolvidable experiencia.
No nos vamos a engañar, encontramos una realidad dura, difícil de asimilar viniendo de dónde venimos, unas situaciones de esas que desde lejos escuchamos y dejamos pasar, como si no fuera con nosotros. Pero esa dura realidad se hizo a su vez bonita cuando comenzamos a vivirla. Cómo aquellos vecinos, que no tenían ni para comer ese día, podían hipotecarse por ofrecerte un té. Cómo una bandeja de cacahuetes podía servir de alimento para una familia entera. Cómo una sonrisa, una mirada, un gesto podían hacernos sentir tan plenas. Todo aquello que nos hacía soltar una lágrima por su dureza nos llenaba el corazón por su belleza.
Y para bella, la labor de las misioneras en terreno. Eso es algo de otro planeta: La vitalidad y el afán insuperable por mejorar la vida de otras personas con el que se levantan cada mañana, su entrega de sol a sol en cada uno de sus proyectos en los que pudimos participar como la mejora de las bibliotecas para crear un punto de encuentro para las comunidades, los huertos que ofrecen a las mujeres para que puedan autoabastecerse o la gran labor en los colegios de la zona. Nos dieron una gran lección de vida: “si podemos cambiar el mundo, estamos aquí para eso”.
Si eso es peligroso, que baje Dios y lo vea." Sara Baztán